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La situación de crisis política,
económica y social que se ha apoderado de Argentina en estos últimos tiempos ha situado
al país en el centro del debate político internacional. La controversia que ha generado
aparece reproducida en estas páginas a través de tres voces: el argentino Jorge Valdano, campeón del mundo de fútbol con la selección argentina en 1986
y actual director deportivo del Real Madrid; el ex presidente del Gobierno español Felipe González y actual presidente de la Fundación Progreso Global; y el argentino Martín Varsavsky,
presidente de la compañía Jazztel, de servicios de telefonía e Internet. Durante varias
horas de conversación ponen sobre la mesa las causas históricas y recientes de la
crisis, las responsabilidades de políticos y empresarios y el componente emocional que
facilita y complica las relaciones entre Argentina y España. La traumática situación ha
devorado cuatro presidentes de la nación en dos semanas y ha provocado violentos
estallidos contra la clase política y la clase empresarial ante la falta de respuestas
inmediatas a la crisis.EL PAÍS. Argentina era la sexta potencia económica mundial en 1928.
En 1948, tenía más coches que Francia, más teléfonos que Japón e Italia. ¿Qué ha
pasado? ¿Cómo se explica esta crisis?
Jorge Valdano. Acabo de
leer ahora un artículo del cubano José Martí en donde hacía apuestas sobre qué país
sería hegemónico en el futuro: Estados Unidos o Argentina. Ése era el dilema.
Martín Varsavsky. Bueno, y el
dilema de los inmigrantes a la Argentina era ése: las familias se dividían, parte se iba
a EE UU y otros se iban a Argentina. Yo lo veo en mi familia, familias judías que
emigraban de Rusia entre 1890 y 1935 o algo así, era EE UU o Argentina, como si fuera la
misma opción.
Felipe González. Si yo tuviera
que decir una frase, diría que lo que pasó es que la Argentina fue gobernada durante
demasiado tiempo por gente que se preocupaba porque le fuera bien al 20%, más o menos, de
la población. Ése sería mi comentario.
M. V. En los países que les va
bien, yo creo que los gobernantes que tienen éxito, entre los cuales por supuesto
considero que aquí [señala a Felipe González] es un gran representante, es la gente que
piensa que si ellos se preocupan de un 20% sería mejor preocuparse del 20% más pobre de
la población, porque si a ese 20% le va bien, al resto le tendrá que ir mejor. Después,
la Argentina tiene una admiración por recetas venidas de otros lados, y especialmente en
los últimos diez años, que es la gran paradoja: ¿cómo es posible que a un país que
copió al pie de la letra todas las recetas neoliberales que le venían escribiendo desde
el FMI y desde Washington, y que hizo sus deberes mejor que nadie y casi adoptó el dólar
como moneda, y que hizo todo lo que tenía que hacer, le fue tan mal?
EL PAÍS. Con una excepción, los ingresos
fiscales.
M. V. Sí, realmente ése era el problema. La responsabilidad
del sistema financiero internacional era no facilitarle tantos fondos a la Argentina. Si
Argentina tuvo hiperinflación y luego hiperendeudamiento, ésos son los dos resúmenes de
lo que le pasó. Entonces la pregunta es por qué los mercados internacionales no
funcionan bien cuando le prestan a los países: no funcionan bien porque siempre creen que
el Fondo Monetario les va a salvar. Yo creo que la bancarrota ahora de la Argentina es la
bancarrota más grande de la historia.
EL PAÍS. Entonces, ¿qué pasó?
M. V. ¿Qué pasó? Yo creo que se gobernó sin pensar en los
consumidores, en los clientes, en el pueblo, que hoy en día se pueden llamar consumidores
o clientes, y que el país se quedó tan empobrecido que ya nadie pudo consumir ni vender.
J. V. Pero es un diagnóstico que compromete sólo a
la clase política y no a la empresarial. Parece que los empresarios en Argentina
apostaron mucho más por la especulación que por la producción.
F. G. No sólo por la especulación, porque el
discurso de diferenciación entre la economía productiva y la economía financiera, la
economía real y la economía financiera, que se lo oí muchas veces a Pujol hace 15 o 20
años no tiene ninguna consistencia hoy.
M. V. Lo increíble de la crisis es que quedaron
enganchados todos. Yo soy amigo de muchos empresarios en Argentina. No hay ganador. Antes,
unos ganaban, otros perdían... Ahora, los que tenían bonos se quedaron sin nada, los que
tenían depósitos en el banco los tienen confiscados, los que tenían industrias no
tienen a quién venderle...
J. V. No a todos los argentinos les ha ido mal. Hay
150.000 millones de dólares en el extranjero, y ésos también son argentinos.
M. V. Pero a ésos tampoco les fue bien, digamos que
ésos tienen lo mismo que tenían antes.
F. G. Me atrevo a hacer un diagnóstico. Lo he dicho
en Argentina y no me lo tomarán a mal ahora, espero. Primero, creo que nadie quiere
hacerse cargo de Argentina, de la dimensión que Argentina tiene y el destino histórico
que Argentina merece. Ni políticos ni empresarios se quieren hacer cargo, ni los
sindicatos se quieren hacer cargo de Argentina.
M. V. Yo estoy de acuerdo que falta una vocación
nacional y que falta gente que quiera lo mejor para el país. Me contó un argentino,
Wenceslao Casares, que ha hecho Patagon, la empresa. Wenceslao me dijo: ¿qué le cuentan
en el colegio a los chicos argentinos y qué le cuentan a los chicos en los colegios
chilenos? A los chicos en los colegios chilenos les dicen: los chilenos somos muy pobres,
muy pobres, muy pobres, no tenemos nada. Y a los argentinos les dicen: los argentinos
somos ricos, ricos, ricos, no nos falta nada. ¿Petróleo? Lo tenemos: ¿agricultura?
¡Ah! ¿Comida? Sí que tenemos. ¿Belleza? Tenemos. ¿Territorio? Tenemos, nos falta un
pedacito, que son las Malvinas, pero ya las vamos a tener. Entonces el chico argentino
crece, es grande y dice: 'Me lo han robado, ¿dónde está? Me dijeron siempre que era
rico, rico, y ahora no tengo nada'. Y el chileno dice: '¡Lo que tengo, cada vez tengo
más!'. Nunca vivimos con nuestros medios. Esta gran bancarrota, que es la gran bancarrota
de la historia de Argentina, es la bancarrota que dice: no hay crédito para Argentina.
Ahora la Argentina se va a salvar con los recursos argentinos, entre los cuales están los
que dice Jorge, y van a tener que volver de alguna manera, porque ningún otro organismo
internacional, creo, en este momento va a salir a salvar todo el problema de esta
bancarrota.
EL PAÍS. Viendo aspectos un poco más concretos,
¿cuál es la gota de agua que hace caer a De la Rúa?
F. G. Primero su propio carácter, creo. Yo creo que al final
a De la Rúa -una persona tan entrañable como es- yo creo que lo tumban más desde dentro
de su propio equipo de Gobierno. No sé si esto es así para publicarlo, pero en algún
momento me dijo Colombo, jefe de Gabinete del ex presidente: '¿Tú crees que Cavallo es
un hombre de consenso?'. Y yo le digo: 'Si la gente está de acuerdo con lo que él
propone, sí'. Pero eso no es consenso. El problema de Argentina no es el modelo de salida
de la crisis, es la capacidad de asumir el coste de cualquier salida de la crisis,
cualquiera, con un acuerdo nacional consistente y de fondo. Alguna vez, hacia 1998, hablé
con Menem y le dije: 'Creo que lo hiciste bien para Argentina; ahora habría que hacerlo
bien para los argentinos'.
M. V. Muy buena la frase.
F. G. Y me dice: 'Repítemelo, porque va ser el
próximo lema de mi campaña electoral'.
M. V. Es genial cómo aprovecha. Si yo tengo que decir
qué es lo que concretamente derribó a De la Rúa, fue la declaración del estado de
sitio y el estado de sitio de las finanzas, que fue el corralito. Cuando a
la gente se le dijo: 'Tú no puedes salir a la calle y tú no puedes tener tu dinero',
salieron todos a la calle y lo tumbaron. Lo que precipitó fue eso. Si a mí me dicen: 'No
tienes acceso al dinero...'.
F. G. Y en términos históricos se verá así: 26
muertos echaron a De la Rúa por la combinación fatal del corralito y el estado de
emergencia.
J. V. Le Monde lo definió muy bien como el
descarrilamiento más lento del mundo. Digamos que el estado de sitio y el corralito
no fueron más que los emergentes violentos...
M. V. ¿Le Monde se refería al Gobierno de De
la Rúa o al descarrilamiento de todo el siglo de Argentina?
[Risas]
J. V. Es como una caída a la que todos veíamos venir
y a la que había que ponerle fecha y nada más, sólo que daba la sensación de que nadie
quería pagar el costo político de unas medidas que eran imprescindibles, porque en el
Gobierno no había la suficiente autoridad, y además en la clase política no hay
suficiente grandeza. Ése es el problema. Tú estás apelando a una gran unidad nacional,
y la unidad nacional en el único sitio donde se está viendo es ahí abajo, porque todos
le pegan a la cacerola, pero ahí arriba lo único que hemos visto es la incapacidad de la
clase política para interpretar el reclamo de la gente. A mí lo que me empieza a dar
miedo es que cuando el enemigo está claramente definido es fácil que la gente salga a la
calle, se ponga de acuerdo e interprete en un único sentido. Me da miedo que los mismos
que están saliendo a la calle empiecen a dirimir cuestiones tribales también en la
calle.
M. V. Por eso es que a mí me parece que en este
momento lo que tenemos que hacer todos los argentinos es apoyar a Duhalde. Esto ya es un
momento que no es para discutir quién tiene que gobernar, sino para apoyar a quien sea
que gobierna mientras haya una serie de reglas. Pero a mí lo que me preocupa es la
situación de anarquía que reina, esa facilidad que tiene mucho que ver con Internet. Me
llegan todas las protestas aquí a España, y son: 'Hoy a las tres de la tarde, cacerolazo
enfrente de la casa de tal'. Entonces es el peligro de los pequeños grupos, es un gran
atentado a la democracia, porque mil personas con una cacerola van a decidir lo que hace
todo el país. Hay gente que dice que el cacerolazo es el gran movimiento popular;
yo creo que en cierto sentido sí, pero puede ser un gran peligro, porque entonces el que
grita manda.
F. G. El problema es que con las características de
la crisis -no de la económica, sino de la política institucional- puede ser una crisis
de régimen, de sistema. Y cuando tienes una crisis de régimen y tienes un sistema
alternativo previsible, el problema es muy grave pero tienes una alternativa previsible.
El problema es si estamos ante una crisis del régimen sin sistema alternativo previsible,
lo cual te dificulta una salida económica ordenada.
EL PAÍS. Eso apoyaría la tesis de Duhalde como
última oportunidad del actual sistema.
J. V. Lo que pasa es que tú piensas desde una posición
socialista y muy poco argentina. Y Menem salió ahora a enfrentarse a Duhalde como un
intento de ponerse al frente de los descontentos, que sabemos que van a ser mayoría
dentro de tres días. Y esa falta de grandeza va a hacer muy difícil una solución
acordada. Si incluso en el peronismo se están metiendo puñaladas... de forma que, como
dice Martín, si no hay aceptación general de las medidas, nos llevan a la catástrofe.
F. G. El otro día he oído decir que el problema es
que debería haber elecciones inmediatamente, que falta legitimidad democrática de los
encargados de nombrar un nuevo presidente. Y eso estaba impresionando mucho a todos los
políticos, radicales, peronistas... Miren, ustedes no tienen un problema de legitimidad,
a pesar del voto en blanco; tienen un problema más de legitimidad de ejercicio que de
origen: no es que no hayan sido legitimados por las urnas, que lo han sido, es que no se
ha correspondido a la política que se ha hecho con la legislación de las urnas. Si
durante un par de años ensayaran un Gobierno de unidad nacional que los legitimara de
ejercicio, sería mucho más razonable que ir a unas elecciones dentro de 60 días.
J. V. Sabemos que es imposible con la clase política
que hay en Argentina. Incluso aquellos que tienen la buenísima voluntad de venir a
estudiar los Pactos de la Moncloa desde hace veinte años y han demostrado una incapacidad
de trasladarlo luego a Argentina y convertirlo...
F. G. Imagínate la cantidad de veces que me han
preguntado por los Pactos de la Moncloa en Argentina o en México, y los Pactos de la
Moncloa no son otra cosa que un cambio en el estilo de la relación entre las fuerzas
políticas en función de los problemas del país. No tienen un contenido político
notable, si con los Pactos de la Moncloa lo único que se cumplió, ¿sabes qué fue?
Negociar los salarios por inflación prevista y no por inflación pasada. Punto, se
acabó.
M. V. Yo creo que la gente que está en el
Gobierno ahora tiene verdadera vocación de que al país le vaya bien. También creo que
Fernando de la Rúa tenía una verdadera vocación de que al país le vaya bien. Uno de
los grandes problemas de Argentina es la corrupción. No creo que uno de los problemas del
Gobierno de De la Rúa fuera la corrupción, el problema fue que las cosas no le fueron
bien. Yo creo que en este momento el Gobierno presentó un plan que, salvo por una
inconsistencia muy grande, que es la de los activos denominados en pesos y los pasivos en
dólares, lo demás es un plan coherente: el plan de la pesificación, el plan de
devaluar, de hacer de la economía argentina algo parecido a la chilena y la brasileña, y
acabar con años de historia de que la Argentina es diferente. Uno de los argumentos que
se escuchaba muchísimo era el de la especie de alcoholismo de los argentinos con la
emisión de moneda, que están siempre emitiendo, y cuando no les dejan emitir moneda
emiten deuda. Yo creo que eso pasó, ahora esto no se va a poder hacer, y creo que están
dadas las medidas para que esto no ocurra, el corralito, que aunque sea un sistema
terrible -el estado de sitio de las finanzas- es el único sistema que se puede tener,
porque si se levanta el corralito se retiran todos los dineros y se elimina el
sistema bancario.
F. G. No pueden eliminar el corralito.
M. V. Yo creo que en este momento hay una oportunidad
de salir adelante, y adelante significa aspirar a que más o menos la macroeconomía del
país se parezca a la de Chile o Brasil.
J. V. Ahora lo que hace falta saber es la capacidad de
la gente en Argentina de soportar malas noticias: sin cultura de pobreza, sin cultura de
trabajo, con un signo diferencial que era la clase media, que se ha desbarrancado, y que
nos quita toda posibilidad de seguir siendo diferentes.
M. V. Lo que dijo Jorge de la popularidad me parece
importante: en las encuestas, me lo decía Cavallo, los argentinos todavía seguían
diciendo la semana pasada que preferían la convertibilidad, pero odiaban a Cavallo.
¿Cómo se puede odiar a Cavallo y que a uno le guste la convertibilidad, si la cosa que
representa es la convertibilidad? Yo creo que cuando la gente dice que quiere
convertibilidad quiere algún tipo de estabilidad. Lo que falta ahora es un Gobierno que
se anime, que tenga la posibilidad de tomar medidas que no son populares, como pesificar
los depósitos o los bonos. Es decir, no puede ser un Gobierno que diga a la gente:
pesificamos las deudas. El tema es decirles: tengo una mala noticia, tu plata también son
pesos. No se puede decir: tu plata son dólares y además tus deudas son pesos. Es lo que
hizo hasta ahora el Gobierno. Todos dicen: quiero deber pesos y quiero tener dólares.
Ahora no se puede... La generación tuvo, la llamaban en Argentina: que tuvo coche,
que tuvo casa, que tuvo... Y ahora la Argentina se va a tener que acostumbrar. Una
cosa que tiene que dar legitimidad al nuevo Gobierno es que no decida todo el FMI. Una de
las cosas buenas de este Gobierno es que ya no tiene crédito, así que no tiene que
consultar todo el tiempo al Fondo, porque el Fondo ya perdió su poder de decir: te vamos
a dar 40.000 millones más y te vamos a arreglar el problema. Si sigue la anarquía, la
Argentina se va a hundir más, va a caer este Gobierno y quién sabe dónde terminará.
Ante la desesperación es muy complicado actuar, es muy difícil tomar medidas con el cacerolazo
fuera, pero el cacerolazo no es sólo la expresión de una protesta por la
legitimidad política, tiene que ver con el hambre, con un trasfondo que es dramático, y
que en una situación tan extrema le quita libertad a los políticos.
J. V. El corralito es malo porque quitó
liquidez a la economía marginal; con el corralito lo que se hizo es que los
taxistas no tengan clientes, que los peluqueros...
M. V. Lo que sí que creo que es bueno del corralito,
y entiendo lo que decís, Jorge... En toda Argentina la situación es absolutamente
desesperante, y la gente está furiosa, deprimida, no sabe qué hacer. Entonces el corralito
es el dinero electrónico... Argentina tiene una revuelta hecha toda por Internet, y está
todo el dinero electrónico. Es un experimento muy interesante a nivel global. Yo estoy
muy a favor del dinero electrónico, se entiende que tengo mis intereses en esas cosas,
pero yo tengo realmente una pasión por eso, porque me parece que el dinero electrónico
tiene muchas virtudes, y entre ellas la principal es la transparencia. El personaje clave
que falta ahora en Argentina es el banquero central: quién va a ser la persona que maneja
el corralito, porque ya no es el Banco Central, ahora hay una persona que puede
dirigir toda la economía argentina y que puede ver todas las transacciones que se hacen.
F. G. La cuestión es que no es posible tener el coste
político de decir la verdad de lo que pasa si no hay un gran pacto nacional para mirarse
en el espejo y decir: 'Somos de este tamaño, y si no hay un pacto nacional, que es
condición previa, el problema de las provincias tampoco se va a arreglar. Si me dijeran,
en una sola frase, qué dirías que nos pasa, digo: creo que los políticos argentinos no
se quieren hacer cargo de Argentina, y creo que los empresarios tampoco.
M. V. Es verdad. Se hacen cargo de sus grupos.
J. V. En ese sentido yo creo que De la Rúa tenía una
genuina vocación de que al país le fuera bien, sólo que no supo cómo...
F. G. La buena fe de Fernando de la Rúa sólo de mala
fe se puede cuestionar.
M. V. La condición de que el político quiera el bien
del país es necesaria, pero además tiene que saber cómo encauzarlo. Yo creo que lo que
hizo de la Argentina el gran desastre fue el déficit y la convertibilidad. La pregunta es
cómo reactivar la economía. Si la economía se mueve, todos estos problemas se achican.
Y en eso quiero dar mi apoyo al plan. Tiene elementos demagógicos, pero no es un mal plan
en general.
J. V. No me animo a ser pesimista, ésa es la verdad.
Cuando yo hablo del descarrilamiento más largo de la historia hablo de que esto era algo,
un desenlace, más o menos esperado por todos, y que nadie tenía autoridad o credibilidad
para asumir el riesgo político de parar el descarrilamiento a mitad de camino. Se dejó
llegar hasta el final, y ahora, en una situación de derrumbe, es difícil reconstruir.
Hay que hacerle tomar conciencia a la gente y el cacerolazo es sólo una expresión
de disconformidad, pero luego hay otras expresiones que son mucho más sensibles con la
reconstrucción del nuevo país; por ejemplo, hay gente que no paga sus impuestos porque
no puede, y otros que no pagan porque no quieren, porque ya no creen en el país...
F. G. Estoy de acuerdo en lo básico. ¿En qué estoy
preocupado? En que, como cuesta tan poco cargarse a un presidente, cualquier elemento de
distorsión de un consenso nacional suficiente para mantener una fórmula de Gobierno
puede acabar con lo que hay. Fundir un Gobierno está chupado, es muy fácil, y eso es lo
que me aterra. ¿Cuáles son las reglas de juego de la política? Si cuesta poco acabar
con un Gobierno, aunque proponga una cosa perfectamente sensata, van a acabar con
cualquier Gobierno. Ya está hecho el caminito.
M. V. Por eso el deber de los argentinos es apoyar al
Gobierno desde adentro, no desde afuera, pero lo que dice Jorge, que tiene razón, es que
la gran mayoría del pueblo argentino está tan incrédulo que ya es muy difícil lograr
ese apoyo.
El PAÍS. Ni siquiera todo el peronismo apoya a
Duhalde.
M. V. Es que Menem lo primero que hizo fue disparar contra el
Gobierno para ponerse a comandar el descontento, que es un facilismo de una indignidad
impropia de un político al que se le pide un mínimo, porque alguna responsabilidad
tendrá en lo que está ocurriendo en Argentina.
F. G. Yo siempre he vivido con gran comodidad en la
relación con Argentina, y voy a decir una cursilada que funciona: yo estoy seguro de que
todos los amores de esta naturaleza son recíprocos. Yo tengo cariño por Argentina. He
estado muy recientemente allí y estoy hablando continuamente con unos y con otros. Con el
presidente Duhalde hablé no hace mucho tiempo. Estoy muy pendiente.
M. V. Es verdad que los argentinos ven en Felipe
González a una persona que tiene un tremendo interés por Argentina, y además dirigió a
España en un momento que pasó de ser un país no tan lejos de lo que fue la Argentina no
hace mucho a ser un país como es España ahora. Entonces la gente se pregunta cómo lo
hizo, y también quieren esa receta. Pero hablemos un momento del actual Gobierno de
España. Yo creo que en este momento en que España tiene tantos intereses en Argentina, y
esto es un comentario que hago como Martín Varsavsky ciudadano... Lo que creo que falta y
se perdieron son oportunidades históricas que aún se pueden recuperar: fue cuando
España dio 1.000 millones en el último plan de apoyo: una visita de Aznar a la Argentina
que acompañara ese anuncio hubiera sido muy bien vista por el pueblo argentino. Yo creo
que es muy importante poner los intereses de la gente por encima de los intereses de las
empresas, porque a las empresas les va bien si a los clientes les va bien, y, por parte
del Gobierno, que los argentinos tengan la sensación de que el Gobierno español tiene un
genuino interés por el pueblo argentino. Da la sensación de que es Argentina versus
las empresas españolas, en los medios de comunicación, y eso me parece gravísimo.
F. G. Para el Gobierno de España sería muy fácil
evitar eso.
EL PAÍS. Uno de los focos del conflicto está en las
empresas españolas.
F. G. El problema es que las empresas españolas están
actuando en las terminales sensibles de la vida cotidiana de los ciudadanos. Si tú te
dedicas a los componentes de automóviles y hay una huelga de componentes, te los traes de
Berlín, de Polonia o Detroit, pero si te dedicas a suministrar energía eléctrica o
servicios telefónicos...
M. V. Son facturas que se ven todos los meses.
F. G. Tú te levantas por la mañana en Buenos Aires,
le das al interruptor de la luz y te encuentras con una compañía española, descuelgas
el teléfono y es español, la ducha, es española, sales a la calle a cobrar un talón y
el servicio es español. La mejora de los servicios ha sido sustancial, eso es poco
discutible, antes era casi una heroicidad tener teléfono en Buenos Aires y ahora es
fácil, pero los ciudadanos, en las políticas de prestación de servicios, se vuelven
exigentes.
M. V. Pero la gente no está en desacuerdo con el
servicio de las empresas, que es bueno, en muchos casos han estado en desacuerdo con las
tarifas; lo que enojó al público argentino son los rumores de que el Gobierno español
fue a pedir que las facturas de las empresas españolas se paguen en dólares. Y eso era
insostenible, entonces la intervención de un Gobierno en una crisis así es un tema
delicado. ¿Hasta qué punto el Gobierno defiende a las empresas y hasta qué punto se las
apañan solas? Yo creo que las empresas tienen bastante poder de negociación, y el
Gobierno tiene que tratar de estar a la altura, expresando una preocupación por el pueblo
principalmente y tratando de intervenir cuando se puedan cometer serias injusticias. Es
muy difícil la intervención del Gobierno, hay que manejar la situación con muchísimo
cuidado.
F. G. Es que la declaración de Bush no tiene la misma
significación para un argentino que la declaración de Aznar. Si tienes que optar entre
un empresario español con estilo norteamericano y uno norteamericano, prefiero el
americano de verdad, no la fotocopia.
M. V. Pero los empresarios españoles son muy buenos
en muchas cosas, hay que tener cuidado. Necesitan un mejor posicionamiento. Los americanos
venden el espíritu empresario como la gran oportunidad para todos, y el empresario
español todavía no ha aprendido a venderlo como la gran oportunidad para todos. Ese
espíritu no llega a Argentina por parte de la empresa española. La empresa española es:
nosotros somos gigantes. Falta la llegada del empresario ágil, personal, y los argentinos
se relacionan más con eso porque son un pueblo muy empresario.
J. V. Déjame hacer un comentario al hilo de la
influencia de las empresas españolas en la cotidianeidad de los argentinos: hay un
reconocimiento generalizado de que todo funciona mejor, aunque a partir de ahí las
exigencias se disparan. Pero hay otro elemento: YPF o Aerolíneas Argentinas son las
Malvinas de las empresas, ahí el subconsciente colectivo de los argentinos tiene
representada la soberanía nacional, y eso se le dio a España con una generosidad y un
desprendimiento que a mí en su momento me extrañó. Yo no sé si tú estás de
acuerdo...
M. V. Yo estoy de acuerdo. Sobre todo Aerolíneas
Argentinas.
F. G. Aerolíneas fue todo menos un regalo.
J. V. Se hubiera aceptado mejor que se le hubiera dado
a EE UU, porque estábamos enajenando parte del país. Y ahora hay una sensación como de
arrepentimiento.
M. V. Es una decisión cuestionable. La mayoría de
los países con recursos petrolíferos no hicieron eso. Y eso es un tema muy sensible para
los argentinos, y hay que llevarlo con mucho tacto.
J. V. Es tan grande el revoltijo sentimental y social
de esta crisis... Nosotros en todo este tiempo no hemos hablado de desaparecidos, de
militares, que daba la sensación que era el botón que había que apretar cuando se
hablaba de la política o la historia reciente de Argentina, pero da la sensación de que
la economía barrió todo eso.
EL PAÍS. ¿La economía ha barrido también
entre algunos la imagen de España?
M. V. En Argentina nadie estaba ni pensando en las empresas,
estaban pensando cómo salir adelante, cómo conseguir un trabajo, miles, centenares de
miles de argentinos trabajan para empresas españolas, aman sus trabajos y sólo quieren
preservar sus trabajos, les gusta su empresa. ¿Qué dice aquí el español? Yo tenía mis
ahorros y ahora tengo un 5% menos por la Argentina. En cambio, los argentinos dicen: yo
tenía mis ahorros y ahora ¿dónde están? Entonces, al argentino es muy difícil que lo
sensibilicen por ese 5% que perdió el español. Por eso dije que hay que tener mucho
cuidado cómo cuenta una historia uno si no quiere herir la sensibilidad de otro pueblo.
F. G. Yo creo que el problema no es exactamente ése.
El Gobierno tiene que analizar la totalidad del paquete. Una aproximación inteligente,
sea solidaria o sea egoísta, da el mismo resultado: si no le va bien a toda Argentina, no
le puede ir bien a España. Pero, fíjate, eso exige un poco la aproximación contraria:
lo que exige es una buena coordinación política entre Gobierno y presencia española
allí. Yo me siento solidario con las empresas españolas, sí; ¿en qué? En que tienen
que ser tratadas de manera equitativa en el pago del precio de la crisis con las empresas
argentinas y con otras. Hay que repartir el coste de la crisis entre todos.
M. V. Por ejemplo, una cosa es si el plan no es
creíble, y otra cosa es decir es un buen plan pero tiene un problema. No sé, es una
cuestión de formas. A mí me parece que aquí en España fallaron un poco las formas de
esta crisis. Y que los argentinos simplemente sienten: con lo mal que nos va y para colmo
éstos nos vienen a criticar más y a decir que van a tener un poquito de menos dinero
cuando nosotros no tenemos nada. Eso es la versión del argentino medio.
J. V. Yo creo que se me notó mucho que a mí me da
bastante miedo hablar de todo este tema. Yo sé que mañana los argentinos lo van a leer y
a mí me da una culpa tremenda opinar desde aquí. Tú [se refiere a Martín Varsavsky]
eres más libre que yo, porque has tenido una relación muy altruista con Argentina, y
así se te ha reflejado en los medios, se te ha reconocido, pero yo estoy más distante de
todo aquello. Y opinar desde aquí me cuesta un trabajo horrible porque sé desde qué
ánimo se ve desde ahí y entonces no puedo dejar de pensar en eso cada vez que me meto en
cualquier tema.
F. G. Yo lo que temo en esta situación es que todavía no
hemos tocado fondo.
M. V. No, por eso yo digo que o damos nuestro apoyo a lo que
hay... Hay gente que me decía: pero cómo, hace un tiempo estabas ayudando a De la Rúa,
ahora estás ayudando al otro Gobierno... Lo que yo digo es que yo estoy ayudando a la
Argentina: póngame un tipo decente que dirija la Argentina y yo lo voy a ayudar. El tema
es tratar de que el país del que yo me fui a los 17 años en circunstancias horribles,
ahora, por lo menos, uno va al colegio secundario y no le matan, como mataban a mis
compañeros y como mataron a mi primo... Desde ese punto de vista, es un país mejor.
J. V. ¿Y hasta qué punto puede tener alguna influencia que
hayan muerto 30.000 soñadores, que se hubieran ido de Argentina? 30.000 como tú...
M. V. Estoy totalmente de acuerdo, me parece un comentario
muy válido, porque la generación que ahora estaría en el Gobierno... faltan ésos,
faltan todos los que mataron, que eran los intelectuales, la gente que pensaba pero que
tenía 20 o 25, 17, y esa gente, bueno, a 30.000 los mataron, que es una parte muy grande
de un grupo de gente muy educada, porque los militares mataban especialmente a la gente
educada... Y muchísimos que emigraron y que se fueron, y eso es una falta que hay en la
Argentina, y eso es una falta, creo que es importante.
F. G. Lo paradójico es que la sangría continúa ahora por
otras razones. Es el capital humano... Eso lo vivimos nosotros.
EL PAÍS. En esta situación de crisis total lo que
hay en Argentina es una fascinación por el fútbol...
F. G. Es una absoluta necesidad psicológica. Es muy
razonable que la gente tenga un elemento de afirmación.
M. V. En Argentina, la gente se aferra a eso y tienen razón,
el fútbol es una cosa muy admirada por todos los europeos y todo el mundo, y la Argentina
hace algo excelente en ese campo y es su orgullo.
J. V. Es que el aparato productivo de jugadores no necesita
de una sistematización. [Risas]
Porque la creatividad en ese sentido, la capacidad de creación de un buen producto no
depende de unas técnicas anglosajonas, dependen de... Para entendernos, los chicos
argentinos que salen futbolistas tienen unas ganas de triunfar más grandes que los chicos
españoles que salen futbolistas, me parece a mí. No sé si has visto últimamente
la publicidad de Quilmes. Esa cervezera hizo una publicidad muy inteligente en donde se ve
muy difuso a un grupo de hinchas gritando: ¡Vamos, vamos, Argentina! Y la van salpicando
con imágenes de la cotidianeidad: un almacenero que abre su comercio, la gente que baja
masivamente al metro, el país en funcionamiento... Y el grito de ¡Vamos, vamos,
Argentina! cada vez suena más fuerte, más estruendoso. Y una cámara va entrando por el
vomitorio de un estadio y va dibujando la silueta de toda la hinchada gritando ¡Vamos,
vamos, Argentina! La cuestión es que la cámara va dando vueltas, va definiendo a los
personajes que capta, y los personajes son Verón, Kily González, o sea, son los
jugadores de la selección que están animando al país, ¿no? |