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Dos
mil palestinos, refugiados en los campos de Sabra y Chatila, en las afueras de Beirut,
fueron masacrados entre el 16 y el 18 de septiembre de 1982 por la Falange
Cristiana de Elie Hobeika, una milicia libanesa que operó bajo la supervisión
directa del ejército de Israel, y con su apoyo logístico. Fue una carnicería contra
gentes indefensas. Cerca de 350 mil palestinos, desplazados de sus tierras de la Galilea, habían
buscado refugio en el Líbano. En Sabra y Chatila vivían, en condiciones infrahumanas,
unos 18 mil palestinos. En la madrugada del jueves 18 de septiembre de 1982, mientras
helicópteros israelíes lanzaban luces de bengala, los falangistas penetraron en Sabra y
Chatila. Durante tres días procedieron al asesinato sistemático de refugiados inermes,
en tanto que las tropas israelíes establecían un cordón de seguridad en los
alrededores. Nadie podía huir. Eran devueltos a la muerte, inclusive, niños, ancianos,
mujeres. Y el ejército de Israel, no sólo dió las armas, sino que mantuvo, en esas 72
horas dantescas, el suministro de las municiones.
Así dice una declaración del 2 de septiembre de 2000, originada en Italia: A dieciocho años de distancia, no sólo nadie ha pagado por ese
crimen, sino que las víctimas de la masacre ni siquiera han recibido una digna
sepultura.
Y bien se sabe quiénes fueron los responsables del holocausto palestino de Sabra y
Chatila. Elie Hobeika, títere de Tel Aviv, entonces; hoy, de
Damasco. Y está vivo y en acción Ariel Sharon, responsable
máximo de la masacre, quien era entonces ministro de defensa de Israel y hoy es jefe del
Likud, partido de extrema derecha. Y está vivo y en acción el general Amos Yaron, quien dirigió personalmente, sobre el terreno, el
exterminio. Este Yaron acaba de ser nombrado por el primer ministro de Israel, Ehud Barak, como director general del ministerio de defensa.
Todo esto lo recuerda el diario romano IL MANIFESTO (2 de
septiembre), que publica aquella declaración, en la cual se pide, no ya justicia, sino al
menos sepultura para los muertos. Hoy, cerca a Beirut, existen, en campos polvorientos,
sin un signo encima, unas fosas comunes donde reposan las víctimas de Sabra y Chatila. Que su sacrificio dice la
declaración sea recordado con una lápida, con un
monumento, con un signo que ayude a no olvidar el drama del pueblo palestino, aún
exiliado de su propia tierra. Han firmado ya centenares de intelectuales,
profesionales, maestros, artistas, escritores, políticos, investigadores, periodistas del
mundo entero.
Suena lindo eso de la internacionalización de la justicia para castigar a los autores de
masacres.
Pero tiene un defecto: no opera contra los grandes criminales de las grandes potencias. |