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Martes, 28 de junio de 2005 |
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I -¿Así que ella les dio calabaza a los dos? -dijo el dueño de la posada a modo de despedida- ¿Y ustedes qué dijeron? Rod levantó
el sombrero sin pronunciar una palabra y salió; lo mismo hizo Crist. Los dos
mineros se sentían molestos por haber hablado demasiado la noche anterior
bajo los efectos del alcohol. Ahora el posadero se estaba riendo de ellos; al
menos esta última pregunta no ocultaba la intención de su burla. Cuando la
posada quedó detrás del recodo del camino, Rod dijo con una risita incómoda: Aunque la muchacha estaba bien instalada en el corazón de cada uno de ellos, siguieron siendo amigos. Era difícil decir qué hubiera pasado de haber preferido a uno. El infortunio sentimental los acercó más todavía; en sus pensamientos estaban mirando a Kate por un telescopio, y no existen almas tan cercanas como las de los astrónomos. Por esta razón sus relaciones no se habían afectado. Como había dicho Crist: “a Kate le daba lo mismo”. Pero no del todo. Sin embargo ella callaba. II Al decir esto ella pensaba que pronto, muy pronto, volvería el alegre y simpático Crist. Después, cuando había pasado un mes, la solidez de este período la llevó a pensar en Rod, con quien ella siempre se había sentido más natural. Rod era cabezón, forzudo y de pocas palabras, pero la miraba de una forma tan mansa que ella un día le dijo: "¡Pío, pío, pío!" III A la caída del sol, después de salir de una espesura casi impenetrable, los mineros se encontraron frente a una grieta. El ancho del precipicio era bastante significativo, pero parecía estar al alcance del salto de un caballo. Al verse perdidos los mineros se separaron: uno fue a la izquierda y otro a la derecha; Crist llegó a un abismo infranqueable y regresó; dentro de media hora regresó también Rod, había llegado al lugar donde la grieta se dividía en dos corrientes de agua que caían al precipicio. Los caminantes se encontraron en el mismo lugar donde habían visto la grieta por primera vez. IV Podían regresar y perder un par de días, pero
allí abajo, a lo lejos, brillaba el fino lazo del río Ascenda, a la derecha
de su curva estaban las Montañas del Sol con sus minas de oro. Cruzando la
grieta ahorrarían unos cinco días de camino. Retroceder y retomar el camino
que los llevaría al río formaba una gran letra “S” que podían cruzar ahora en
línea recta. Crist miró y asintió con la cabeza. Realmente,
el terreno estaba cómodo para coger impulso, ligeramente inclinado hacía la
grieta. Rod se quitó la mochila y la tiró al otro lado,
lo mismo hizo Crist. Ahora no tenían otra salida que cumplir lo que habían
decidido. Actuando sin pensar para prevenir un perdonable ataque de miedo, se apartó, corrió, se impulsó con el pie, voló hacia su mochila y aterrizó de bruces. En el punto más alto de este salto desesperado Rod hizo un esfuerzo interior para ayudar al saltador con todo su ser. Crist se levantó. Estaba un poco pálido. Rod lentamente caminó hacía la parte elevada, se frotó las manos y con la cabeza baja se echó a correr hacia el precipicio. Su cuerpo pesado parecía despegar con la fuerza de un ave. Después que Rod corrió, se impulsó y se separó de la tierra, Crist, sin esperarlo él mismo, de pronto se lo imaginó cayendo al profundo abismo. Era un pensamiento maligno, de los que un hombre no puede controlar. Es posible que el saltador lo percibiera. Rod, dejando la tierra, tuvo la imprudencia de mirar a Crist... y esto lo sacó de paso. Cayó en el borde, enseguida levantó la mano y agarró la de Crist. Todo el vacío de abajo retumbó dentro de él, pero Crist agarraba duro, después de atraparlo en el último instante. Un momento más y la mano de Rod se hubiera perdido en el vacío. Crist se acostó resbalando sobre las pequeñas piedras que caían al precipicio. Su brazo se estiró y se puso rígido bajo el peso de Rod, pero arañando la tierra con las piernas y con el brazo libre, con la rabia de sentirse víctima y con la pesada inspiración del peligro, aguantaba la mano apretada de Rod. Rod veía bien y comprendía que Crist estaba
resbalando. Así Rod había delatado su secreta y amarga convicción. Crist no contestó. Estaba callado y expiando su pensamiento: el pensamiento sobre Rod saltando al vacío. Entonces Rod sacó la navaja del bolsillo, la abrió con los dientes y la clavó en la mano de Crist. La mano se abrió... En invierno del próximo año entró al patio de
la granja de Carroll un hombre muy bien vestido y antes de que pudiera mirar
a su alrededor, una joven de aspecto independiente, pero con la cara estirada
y tensa, salió corriendo a su encuentro, después de tirar varias puertas
dentro de la casa y asustar a los pollos. Crist tosió, miró a un lado y se lo contó todo. | |
ALEXANDR GRIN |