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1102 • LENGUAJE BASURA |
Lunes, 6 de junio de 2005 |
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Se sabe que el erotismo
sugiere. Que, al sugerir, seduce. Que, al seducir, embriaga, juega con los
sentidos por medio de la imaginación. Que nos deja librados a nuestra
libertad. Que, en fin, nosotros, desde nuestro deseo, deberemos completar la
imagen. La pornografía no sugiere ni seduce ni
embriaga. La pornografía es directa, es brutal, abomina de la imaginación
porque abomina y desdeña al receptor. No le concede la libertad de la
imaginación, el juego de la fantasía. No le concede nada a su propia
creatividad. No hay creatividad. Sólo hay explicitez, visibilidad infinita, o
sea, obscenidad. Obsceno es lo que exhibe todo. El
erotismo estructura artísticamente al sexo. La
pornografía lo exhibe con tosquedad, con un pretendido realismo que
sólo es ausencia de estética, negación del goce, reclamo brutal de lo
primitivo, de la fiesta áspera y hormonal de lo primario. Lo mismo con el lenguaje. No hay palabras malas ni hay palabras buenas. Hay palabras. Lo que determina que una palabra sea valiosa o sea una cloaca es la estructuración del lenguaje. Las palabras se organizan para transmitir. El comunicólogo transmite. Si está al servicio de una estética porno, primaria, y hasta bestial y agresiva arrojará palabras incluidas en contextos primarios, de un pretendido realismo que sólo es el pretexto de la pornografía del lenguaje. Los medios de comunicación están en manos de cultores de la estética de la basura. Se habla, sin mesura alguna, con orgullo incluso, de la televisión basura. La televisión basura está hecha por emisores basura para receptores basura, o que muy pronto lo serán. Detrás de una pretendida autenticidad popular se encubre el más tosco de los primitivismos, la falta de elaboración, la frontalidad sin matices, la falta de ingenio. Ninguno de estos comunicadores-basura tiene ingenio, ni talento. Sólo se limitan a reproducir (con un realismo extremo: tal como la pornografía) los aspectos más ásperos, más directos de una cultura que no lo es, de una estética de la no elaboración, de un arte que detesta el arte porque no sabe hacerlo y porque es más fácil copiar la basura, copiar el lumpenaje, la marginalidad extrema que expresarla en un contexto que la respete. El realismo basura no respeta lo que exhibe. Lo exhibe tal como dice que es. Pero ni siquiera "esa" realidad tiene la impureza, la tosquedad que los medios le otorgan. Porque lo más dañino que hacen los medios es una organización cloacal de la realidad. Los sectores populares no viven puteando y hasta a veces suelen colocar una puteada con una gracia y una justeza a la que ni por asomo llegará el comunicador obsceno, que sólo busca lo directo, lo que golpea, lo que, incluso, asombra. De esta forma, el ciudadano medio que escucha a los comunicólogos cloaca con frecuencia no puede creer lo que escucha. Se ríe de la guasada y, a la vez, se asombra de que se llegue a tales extremos. Bien, la pregunta es: ¿por qué se llega hasta ahí? Porque la basura es fácil y la basura vende. Un negocio en verdad redondo. Así, cada vez el receptor pedirá más basura. Como una comida cuyo condimento se aumenta día a día y llega por fin el instante en que nada alcanza. ¿A dónde piensan llegar los comunicólogos cloaca? Hasta donde sea necesario para seguir sumando rating. Ganando dinero con la basura. Lo grave de la basura es que crea más y más basura. Cada vez los medios serán más cloacales y los receptores, para saciarse, necesitarán más explicitez, más frontalidad, más pornografía, en suma, más mierda. Una vez aquí, hundidos en la impecable mierda que día a día alimentan nuestros medios, no sabremos cómo salir porque viviremos, sin siquiera saberlo, sumergidos en ella. Que quede bien claro: ésta no es una lucha
entre puritanos que se asustan de las malas palabras y auténticos
comunicadores populares que hablan el lenguaje del pueblo. Es una lucha entre
gente decente y mercaderes impúdicos, traficantes de pornografía y
apasionados, fanáticos envenenadores de conciencias, aniquiladores de ese
pueblo que dicen representar y que, ante todo, si algo merece, merece que sea
otra la gente que le dirija la palabra. Pocas cosas superan un ejemplo que golpea en el punto exacto. Como (me permitiré insistir en esto) los comunicadores cloaca se defenderán diciendo que están frente a dinosaurios puristas, frente a censores encubiertos o frente a beatos de la lengua obsesionados por su uso santo y virginal, recurriremos a un ejemplo, tomaremos una palabra fuerte, ruidosa, con porte de vendaval y llena de sonido y de furia, como Shakespeare, en Macbeth, imaginaba la historia. La palabra es la palabra "pedo". ¿Es buena, es mala? Ni una cosa ni la otra. Si la usan dentro de la estética comunicacional cloaca será mala porque se apelará a su aspecto abiertamente gástrico, a su cualidad para el insulto torpe y desdeñoso, a la risa fácil que despierta. (El público está tan maltratado en esto que no bien escucha un insulto, una grosería, una puteada brutal se ríe. Es una ley del show business guarango: por cada puteada cien carcajadas fáciles. Los cómicos de las revistas lo saben: cuando se te acaben los chistes, cuando ya no sepas cómo hacer reír al público, decite una puteada: la platea reirá, ya están condicionados a eso como lo estaban los perritos de Pavlov para salivar ante la comida.) Volvamos a la palabra-vendaval. En 1991 publiqué una novela, El cadáver imposible, narrada por un señor, en efecto, casto, puritano y, por consiguiente, bastante bobo. El hombre, el narrador, no quiere escribir esa palabra fea, la palabra "pedo". Escribe, entonces, "ventosidades ruidosas". Esta expresión es más cloacal que "pedo" porque revela el espíritu reprimido, inquisitorial y clerical medievalista de quien la instrumenta. La cuestión, con las palabras, reside en el talento y el arte para usarlas. Eso las vuelve buenas o malas. Francisco de Quevedo y Villegas, que estudió con los jesuitas, murió en 1645 y nunca supo nada, pero nada de la tele basura, escribió: "El pedo es tan importante / para la salud/ que en soltarle/ está el tenerla". Y Leopoldo Marechal, que hizo de la cultura helénica la suya, cierra su Adán Buenosayres con una frase que es, sin duda, un vendaval de gracia y talento: "Solemne como pedo de inglés". Si alguno de nuestros comunicadores cloaca lograra, alguna vez, incluir una "mala" palabra en una frase de tal ingenio no sería eso, no sería un comunicador basura, sería un artista y bien ganada tendría la permanencia en su puesto. Si no sabe hacerlo, que le haga entonces un sencillo favor a la cultura de este país tan necesitado de actos generosos, de desprendimientos patrios: que se vaya. | |
JOSÉ PABLO FEINMANN |