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1034 • MARIPOSA ESCARLATA

 

Miércoles, 2 de marzo de 2005

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Un día me dijo un monje ciego en el templo del Buda de Jade, en Shanghai:
- Desnudo, con todos los deseos olvidados, vete a un lugar de la Tierra donde haya una cordillera de nieve muy pura, muy alta, cuya cima esté sobrevolada por una mariposa escarlata. Trata de alcanzarla. Durante la escalada tu alma se irá convirtiendo en un cristal muy limpio y la muerte podrá traspasarla sin romperla ni dañarla siquiera. Ésa es la inmortalidad.

Un día me dijo un santero africano, mientras me imponía el collar de Achún, la diosa de la sensualidad:
- No rechaces ninguna pasión, no renuncies a ningún placer, a ningún amor, a ningún sueño hasta el final de tus días; si la muerte te sorprende con una copa en la mano en una fiesta donde suene carnalmente la música, tal vez el placer la obligará a pactar una tregua contigo. Si te invita a bailar, déjate llevar por ella: antes de llegar al infierno verás volar en la oscuridad una mariposa escarlata que serán unos labios.

Un día me encontré a un marinero sentado en la borda de su barca atracada en el puerto. Estaba absolutamente imbuido en la acción de hendir con una navaja media hogaza cuya dura corteza, al partirse, soltaba esquirlas diminutas, que el sol de otoño encendía como chispas en el aire. Después se demoraba extendiendo sobre el pan abierto unas aceitosas huevas de atún y algunas lascas de bacalao que había puesto a secar en un sedal entre dos candeleros de la regala. También tenía a mano un vaso de vino rojo. El marinero me dijo que había soportado tres naufragios, pero que sólo en uno de ellos había muerto ahogado. Hace años su barca de pesca zozobró en medio de un temporal en aguas del Sáhara y en esta ocasión ya no hubo forma de salvarse agarrado a un madero. Una de las olas, la que era más amarga, lo engulló y se lo fue llevando al abismo.

Le pregunté al marinero que si en ese viaje hacia la muerte había visto una mariposa volando sobre la nieve o unos labios de mujer ardiendo. No había visto nada de eso. El marinero me contó que durante la bajada al abismo había atravesado un campo de algas fosforescentes e imaginó que aquella luz era la puerta de la gloria. Cuando llegó al fondo del mar ya había muerto y, de pronto, se sorprendió al verse allí sentado en su barca, en este mismo puerto del Mediterráneo donde ahora se encontraba compartiendo conmigo media hogaza de pan con huevas de atún y bacalao seco.

Las redes tendidas olían a brea y un sol muy suave, que se astillaba contra el cristal del vaso, hacía aletear el vino como una mariposa escarlata.

MANUEL VICENT
Diario El País - Madrid - 14-11-04
Colaboración E. Demitrio