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1029 • MATAR CON BUENA CONCIENCIA |
Miércoles, 23 de febrero de 2005 |
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El testigo del desamparo del otro lleva una
responsabilidad. Su indiferencia contribuye a crear el clima moral necesario
para la perpetuación del crimen. El crimen de la pobreza que nos lleva 100
niños por día al cielo de los pobres. Horror absoluto (sin remedio ni
consuelo) a partir del cual todo se vuelve monstruosamente posible.
Gelman
diría: - ... aguántame la almita esta noche, que duelen los daños. El periódico La Mañana de Córdoba manifiesta que la Villa de Emergencia Suárez es una cantera de malvivientes y sus habitantes (según relata) se dedican a robar casas y comercios del Barrio Rosedal Anexo (de clase media) que tiene unas 20 manzanas de extensión y está delimitado por la calle Lagunilla y el Parque de la Vida. Susana, del Barrio Rosedal, declara que: - ...la mayoría de los vecinos tenemos armas, hemos aprendido a usarlas. No tenemos otra solución. Ellos nos amenazan y nosotros nos vamos a defender... - pero fue más lejos - ... estamos hartos, los buscaremos con palos y los sacaremos de sus casas y haremos justicia nosotros. Se ha pasado progresivamente a la necesidad biológica del predador de matar para vivir: tu muerte es mi vida. Es decir dispuestos a matar. Para hacerlo (señalaba George Bernard Shaw) los hombres necesitan creer que su acto es justo. Para matar con buena conciencia, cada hombre necesita franquear los límites morales sin que su conciencia se vea afectada, de lo contrario se sentiría un criminal y la angustia lo dejaría en el infierno. El hambre descubre que la vida no es de nadie. Cuando se mueren los hijos por ejemplo. Y no faltan en la Villa hombres y mujeres de la casta de Espartaco. Entonces todo se vuelve incertidumbre. Peligro. Porque los que deberían estar cercados por las fronteras de la pobreza, no se sientan a morir a lo largo de las líneas punteadas que demarcan un límite. Su vocación de sobrevivientes consiste, por el contrario, en desplazar esa frontera sin pausa, moverla como una cintura, tocarle los pechos para sentir la vida. Hay cierto olor a esperanza en la transgresión. | |
ALBERTO MORLACHETTI |