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97 • ISLAMISMO Y CRISTIANISMO

 

Jueves, 13 de diciembre de 2001

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Patio de los Leones

Entre las grandes religiones universales, el cristianismo y el islamismo son miembros de un grupo mayor, el de las religiones occidentales frente a las que surgieron en la India o fueron influidas por ella. El grupo occidental abarca los tres credos abrahánicos y también otra familia vinculada con el Irán, en particular el zoroastrismo y el maniqueísmo. Todas estas religiones han mantenido constante contacto y frecuente intercambio mutuo. En oposición a las que florecieron en las llanuras del Ganges, todas ellas ven la historia humana como avanzando en un mundo único, desde el momento de la creación hasta un juicio final universal.

El judaísmo medieval y el islamismo presentan muchos rasgos comunes en marcada antítesis con el cristianismo; y hasta cierto punto, los obstáculos para las mutuas inteligencias son, en verdad, semejantes a los que se levantan entre el islamismo o el judaísmo por una parte y el cristianismo por otra. El Islam puede muy bien haberse desarrollado sobre la base de las nociones judías de lo que debería ser una religión, más bien que sobre la de los cristianos. Para los cristianos una religión es una Iglesia sacramental con un dogma sagrado que actúa sobre un mundo profano; para los judíos, musulmanes y zoroastrianos es un cuerpo legal universal y una comunidad vinculada a él, que es el mundo como realización óptima. Tal distinción es radical.

Pero el sentido islámico de misión difiere totalmente del judaico. El mahometismo no se transforma en un ismaelismo correspondiente al israelísmo judío, pese a manifiestas tentaciones de hacerlo. Tanto con su creencia en que todo pueblo ha tenido profetas, como en que con la venida de Mahoma el mundo entero ha de ser reordenado sobre la base de la palabra divina, el islamismo rechaza la noción crucial de "pueblo elegido" que da testimonio de Dios. Esta noción es reemplazada por una concentración única en la personalidad profética de Mahoma y en su mensaje universal. La Ley, por lo tanto, no es ya una expresión de fidelidad a la fe peculiar de un pueblo, sino más aproximadamente un instrumento práctico de política universal. Casi tan poderosamente como se siente su carácter ritual, se percibe que es una práctica humana arraigada, y deliberadamente se hace factible para el común de los miembros de la comunidad. Esta oposición del sentido de la misión entre musulmanes y judíos es tan trascendente en sus implicaciones como lo es la semejanza de concebir una comunidad religiosa. El contraste entre el cristianismo y mahometismo debe entenderse entonces independientemente del que existe entre el cristianismo y el judaísmo, aunque a veces siguen líneas que se corresponden. Podemos reducir las críticas recíprocas a los problemas de la naturaleza del proceso espiritual, de la comunidad religiosa y del ser divino.

El gran escollo para los musulmanes estriba, por supuesto, en la doctrina de la Trinidad y todo lo que va unido en la expresión del sufriente amor de Dios: encarnación, crucifixión, expiación. Al enseñar estas complejidades, el cristianismo parece infiel a la unidad trascendente de Dios. Por su parte, los cristianos ven en esta dificultad de los musulmanes una evidencia de la esencial incapacidad de percepción de éstos y con seguridad se inclinan a creer que las objeciones de Pablo a la ley judía son igualmente aplicables al Islam. Para los cristianos, el mahometismo, con su exaltación de las palabras de un libro, revela muy poca comprensión de la infinita variación y auto-contradicciones del espíritu humano, como si el mahometismo supusiera que conocer y desear el bien bastara para una efectiva bondad y como si subordinara todo interés mayor por la individualidad humana a la exigencia de una conformidad social idealmente estática. Sin embargo, es precisamente el interés del islamismo por la sociedad como un todo lo que puede parecer a los musulmanes la prueba de su superioridad, y han de sentirse impacientes por lo que parece ser la preocupación socialmente subjetiva de los cristianos por los problemas personales individuales, cuando a tales problemas puede dárseles su perspectiva propia sólo dentro de una creencia que no tema habérselas con los grandes problemas del ordenamiento del mundo. Los cristianos objetan que dar como fundamento a la comunidad la Ley de un Libro más bien que una vida de Amor, significa correr el riesgo de poseer una sociedad carente de flexibilidad y una ética que no sólo no logra evocar la más alta de las potencialidades humanas, sino que hasta está inficionada de violencia, servidumbre y rigidez. Los musulmanes replican que la confraternidad cristiana abandona en sustancia otras instituciones sociales a la esfera de la impiedad; que la ética cristiana no sólo es subjetiva sino falta de realismo y carece hasta de la menor incitación a la grandeza del logro.


MARSHALL HODGSON