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43 • LA MÁQUINA GOLOSA |
Jueves, 11 de octubre de 2001 |
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Era un lugar feo realmente... sobretodo por ese color
grismarrón que parecía opacar todo. Sobre la intrincada tallarinada de cañerías,
agonizaba un techo sin gusto, con un mortecino brillo áspero. Pero lo que más atraía,
era la inmensa cola de viejos... ¡Sí viejos!... decrépitos, con caras que más bien
eran retazos de figurines de humor negro... colas que no parecían terminar nunca y se
retorcían intrépidas entre los extraños instrumentos. Y en el principio de todas las
colas, una humilde puertita que ni siquiera alcanzaba a sobrepasar el medio metro.
Cubriéndolo todo, el zumbido estático de las enormes computadoras y el recorrido
incesante de los hombres de guardapolvo. Siempre fui un poco curioso y ahora, este infernal panorama me atrajo hasta la obsesión... al otro día me deslicé entre la serie de caprichosos caños de aluminio y llegué a una plataforma encima justo de la puertita donde empezaba la cola. Había un pequeño respiradero y en mi afán inconsciente y picado por la curiosidad... me asomé... Una rueda gigantesca con un descomunal sistema de engranajes de madera, plagados de crujidos, terminaba en un simple pedal de noria. Me asombré al notar que abajo de todo, haciendo mover la edilicia estructura, había un viejito apergaminado como billetera de turco. De repente cayó al suelo y uno de los fríos hombres del guardapolvo, lo levantó sin esfuerzo y lo tiró a un pozo terriblemente negro... Se dio vuelta y con toda la frialdad de un iceberg dijo gravemente: -¡Que pase el que sigue! |
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KOSTIA (1969) |