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892 • SOBRE EDUCACIÓN

Martes, 17 de agosto de 2004

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  - Usted afirma que la etapa colonial es la menos estudiada en nuestro sistema educativo. ¿Cree que también es una cuestión vinculada a la manipulación?

- Probablemente sea por descuido, pero no lo descarto. Especialmente porque no hay que olvidar que la Ley Federal se hizo en la época de Menem, donde lo más importante de la currícula era la etapa del triunfo del capitalismo. Es decir, lo que va de la revolución industrial a la globalización; esto es brutalmente así. La época colonial es una etapa de contradicciones donde el proteccionismo aún tiene un lugar importante y se están debatiendo las características que va a tener este país; son momentos donde no por casualidad aparecen importantes pensadores como Belgrano, todavía en el consulado. Y creo que es una etapa muy interesante porque aparecen los primeros nichos de corrupción. A un modelo como el menemista, obviar esta etapa le venía bastante bien. Que quede claro: en ningún momento me desentiendo de los tiempos en que se sancionó la Ley Federal. Digo esto más allá de quién la haya impulsado, muchos tildados de progresistas. Me importa muy poco, especialmente si tenemos en cuenta los resultados y los enunciados finales. Concretamente, la Ley Federal apuntó a vaciar los contenidos históricos y a contar la historia del triunfo del capitalismo a nivel mundial como un sistema económico y político inexorable, invencible e incuestionable. Con esa versión de la historia, los chicos se hacen la idea de que el capitalismo siempre estuvo y estará. Y después resulta que las llamadas culturas originarias no existen o tienen un lugar marginal dentro de la currícula, dependiendo de su tratamiento de la buena o mala voluntad del docente. Esto es una barbaridad pero tiene que ver con la ideología.

- También con el sentido y con la intencionalidad...

- Es que incluso si no queremos hablar de intencionalidad, podemos asegurar que responde a un clima de época. Yo no creo en las grandes conspiraciones, pero los climas de época son extraordinariamente útiles para que el sistema haga las cosas que se propone hacer. Es decir, quien no es crítico tiende a reproducir la ideología de la época. Por ejemplo: el señor Mel Gibson filma una película que, tras el disfraz de la pasión de Jesús, reivindica la invasión de EEUU a Irak. Y seguramente nadie le dijo que lo haga; le salió así, perfecta, porque él es un tipo sistémico. Quizá no se dé cuenta del producto final. Pero la película muestra un pueblo de Medio Oriente integrado por fanáticos religiosos, cuyos líderes son de terror. Ese pueblo, incurable, es invadido por una potencia imperial extranjera donde sus jefes – Poncio Pilatos y sus generales – son lo más humano que hay en el film. Eso sí: reconoce que los soldados –marines de Roma – cometen excesos. No obstante ello, todo indica que lo mejor que le puede pasar a un pueblo de Medio Oriente es ser gobernado por un imperio. En este sentido, la película de Gibson es transparente. La visión reaccionaria de la vida de Jesús no aparece simplemente porque su vida no está en la película. Otro aspecto importante es que el demonio está representado por una mujer, un concepto medieval que la iglesia dejó de utilizar entre los siglos XVI y XVII cuando el demonio pasó a ser representado por un hombre. ¿Qué quiero decir con todo esto? Que la narración histórica, la evaluación de un producto histórico y la elaboración de un programa de estudios responden siempre al clima de época, salvo que la persona que lo haga sea crítica con su tiempo. Claro, no es el caso de la gente que hizo la reforma educativa en la Argentina.

Parte de una entrevista de Aldo Bianchi al escritor Felipe Pigna
Colaboración N. Ponze