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833 • REFLEXIONES CULTURALES

 

Lunes, 31 de mayo de 2004

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  Entendiendo la cultura como un amplio abanico de conocimientos, y siendo las instituciones culturales una vía de canalización e intercambio de los mismos, es un auténtico infortunio (hechas las salvedades pertinentes) que sean los políticos los que, con aires de propietarios manejen el caudal de tan ingente río de manifestaciones; y es un infortunio no ya por el bagage cultural que éstos detenten, que a menudo está entre el ápice y la monada, sino porque convierten en puro mercadeo un bien radical que, por principio y condición, es patrimonio de todos.

Así, limitan o impulsan las inquietudes personales o colectivas según el nivel de las audiencias o el resultado de las elecciones; favorecen a los amigos (hertzios de la misma onda), aunque sean unos brutos irredentos y descerebrados; perjudican a los que tildan de enemigos (hertzios de oposición, independientes y especímenes de inmúmera ralea) sin calibrar sus potenciales bondades; intervienen manifestaciones de arte con criterios librecambistas; distribuyen dádivas con un sentido agiotista de la limosna; y hasta puede que te miren a los ojos esperando que, de tu incomprensión hacia su autosuficiencia, salga un vagabundo arrodillado sobre una cartilla de racionamiento...

¿Qué podemos hacer para paliar la aberración de tan insignes repartidores de la cultura si, lejos de la genialidad de Muñoz Seca, y por mucho que nos traten de "donmendos", nosotros no afilamos puñales de venganza?

En "Fragmentos de un evangelio apócrifo",  J. L. Borges nos sugiere: "Resiste el mal, pero sin asombro y sin ira". Y eso es lo que tratamos de hacer, no airar a los dioses para no ensanchar los abismos con los humanos. Y eso es de lo que ellos se han valido para campar a sus anchas por los "lobbies" culturales de las referidas instituciones. A sus anchas, con poca dignidad y con muy poco respeto. Eso sí, a nosotros, como a Blas de Otero, siempre nos quedará la palabra para exponer el desencanto, la queja, la denuncia; y hasta puede que, en un ataque de humor, disparemos con obuses de poesía que, como todo el mundo sabe, y más que nadie Celaya, "es un arma cargada de futuro"...

Pero... ¿de qué hablamos, al fin?
¿De un choque de genes entre personas?
¿De afinidades por imposición, al margen de los lazos de la cultura?
¿De una contraposición insalvable de poderes o de partidos?
¿De una espesa impotencia para aceptar la diversidad, que es una multiplicación de la riqueza?
¿Es que cuesta tanto desprenderse de las capas más rancias de la ideología?
¿O no es ideología y es odio al que piensa de forma diferente?
¿Tal vez todo se esconde en esa oscura sombra que, alargada como la del ciprés de
Delibes, proyecta sobre el alma de los hombres el dinero?

Entonces...¿también de la cultura se ha acabado haciendo un negocio? (Debería retirar esta pregunta por ociosa, aunque voy a mantenerla por si alguien se quiere remontar a los principios)

A propósito, dice un refrán popular que "el que parte y reparte se queda con la mejor parte". Pero debe referirse al dinero y, en general, a la materia, quizás a la comida, porque si casualmente se refiriera a la cultura (ese prado extenso en el que pace a sus anchas el espíritu) ya podían quedarse con toda. Sería la única forma de que realmente repartieran alguna. Por pura abrumación o por reflejo.

Pero creo que no hay nada que hacer, hermanos, mendigos de los ministerios y las concejalías, porque ¿cómo podría repartirse aquello de lo que manifiestamente se carece? Sí, debe referirse al dinero, que es el que paga los favores y las comidas, el que silencia las bocas y relaja las conciencias, el que estampa en las voluntades un sello de corrupción y de mansedumbre.

Ya he dicho antes que las excepciones a salvo. Es más, a mí me haría feliz tener que rectificar este artículo.

MARIANO ESTRADA
Colaboración Cayo Mecenas