Click para ir al número anterior

ANTERIOR

EL CUENTOMETRO DE MORT CINDER

SIGUIENTE

Click para ir al número siguiente

622 • UN PADRENUESTRO DIFERENTE

 

Viernes, 26 de setiembre de 2003

Al índice

Click para ir al índice

Niños buscando reciclables en la basura de Payatas Hoy he rezado el Padrenuestro con los niños acogidos en el Pangarap Shelter, un centro para los niños de la calle de Manila, en Filipinas. Son los pobres de los pobres, abandonados por sus familias, maltratados por la vida, juguetes sexuales de adultos sin escrúpulos, dueños de una infancia secuestrada por la globalización, que ya saben más de la vida que yo con todos mis años encima.

Rezando con ellos el Padrenuestro he sentido rabia, he sentido el dolor acumulado en sus vidas machacadas, he sentido la injusticia tremenda de este mundo que aniquila a los débiles. Pero también he sentido que hay algo más. Al menos un hueco para la esperanza. Algo capaz de crear un espacio de libertad, habitado por la ternura y la misericordia donde estos niños pueden escapar del círculo infernal en el que se encuentran envueltos.

Han sido días de contraste acompañando al equipo televisivo que arma un programa en Payatas, un basurero y barrio de Manila, donde viven cinco mil familias... entre setenta y ochenta mil personas. Emilio, el cámara del equipo, dice que hay que hacer un primer plano para conectar con la mirada de los niños que viven en Payatas y cada día rebuscan en lo que dejan los camiones, antes que las grandes máquinas aplanen todo para dejar sitio a lo que traerán otros camiones.

Una gran ciudad como Manila produce toneladas de basura al día. Hay mucho que se puede reciclar y mucho dinero en juego. Pero no son los niños los que aprovechan esos tesoros. Hay mafias organizadas que a la entrada del basurero seleccionan aquello aprovechable. Para los que viven en el basurero, quedan los últimos desperdicios, lo que nadie ha querido. Allí, en las montañas de basura, familias enteras rebuscan armados con un pequeño gancho, para encontrar algo que vender y sacar lo necesario para malvivir. Todo depende de la suerte, pero nunca mucho más de uno o dos dólares al día.

No gastan en transporte porque viven en el mismo basurero. Tampoco les resulta cara la vivienda, sus casas están construidas con cosas halladas entre la basura. Y en medio de eso, los niños jugando y trabajando. Lo único que han visto en su vida es un basurero, una condena de la que nunca podrán escapar.

Uno de esos niños se llama Fred. Trabaja en una tienda de basura, un lugar donde los que rebuscan en la basura venden lo que encuentran. Gana algo más de dos dólares y medio al día. En la misma tienda come y duerme. Con ironía, podemos decir que está interno. Su cama son unas tablas lisas colocadas encima de la basura. Casi seguro es quién más gana en su  familia y siendo el hijo mayor, ayuda a pagar los estudios de sus hermanos. No sé si Fred logrará salir alguna vez de ese círculo infernal de miseria en el que está metido,  probablemente no, pero incluso cuando sonríe en sus ojos hay tristeza.

Charlin y su hija Katy trabajan en la basura. El marido está en casa, herido en el pie. Pero cuando lo vemos sospechamos que la herida no es más que una excusa para que su mujer y su hija hagan el trabajo duro. Tienen tres cerdos que alimentan con restos del basurero. Katy tiene quince años, la edad donde las niñas dicen "buenos días" a la vida por primera vez. A ella le tocó decirlo entre la basura. Su inocencia se tiñe con nostalgias de otros mundos y otras suertes que alcanzó a ver en la pantalla de algún televisor. Pero cuando despierta de sus sueños adolescentes, se encuentra con la realidad del basurero en el que trabaja y vive. Su madre Charlin, tiene la mirada resignada a su suerte. Resignada y en paz. Sus ojos dicen que también soñó otra vida, otro mundo, algo que ya sabe imposible. El círculo se ha cerrado y no hay salida para ella.

Las palabras del rezo Padre, Reino, Pan, Perdona, Mal, son como clavos y las voces de los niños, el martillo que me los hunde en el corazón. Ahora comprendo que no he rezado yo, que me han rezado el Padrenuestro, y que me lo han machacado en los oídos y que en mi corazón se han mezclado sus palabras con el dolor, la injusticia y la muerte. Ese Padrenuestro me ha exigido un suplemento de fe del que carezco en cuanto salgo de las cuatro paredes de mi confortable vida. Al final, han sido los niños los que me han devuelto la esperanza. No es la misma que tenía antes. Ahora tiene un componente nuevo: sus miradas. En adelante las miradas de los niños del basurero de Payatas y del Pangarap Shelter serán parte imprescindible de mis Padrenuestros.

Y decir Padre tendrá otro sabor.

De un artículo de FERNANDO TORRES (Manila)
Colaboración "El grano de arena" • ATTAC
Foto: David Paul Morris