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618 • EL CERO Y LA NADA 1

 

Lunes, 22 de setiembre de 2003

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Con excepción de El origen de las especies, los libros que revolucionaron la ciencia y la filosofía nunca fueron best sellers. En cambio lo fueron los de Hubbard, Berlitz y Von Däniken, y también La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler. Publicado entre 1918 y 1922, tuvo más de diez ediciones sólo en español (la última en 1958). Luego, cayó en el olvido. El libro exponía una especie de historia natural de la civilización. Para Spengler, las culturas eran como vegetales, que brotaban, florecían y se secaban según milenarios ciclos estacionales. Cada cultura tenía un alma colectiva, que le permitía acceder a nociones que no se les ocurría pensar a otras, incluyendo cosas tan abstractas como los conceptos matemáticos.

Por ejemplo, los griegos no habían podido concebir el número cero porque su sensualidad no se lo permitía. Solo el alma de la India había podido llegar a un concepto metafísico como la nada (sunya) y el cero que la simbolizaba. El cero era: la refinada creación de un maravilloso poder de abstracción, porque aunque el alma india lo había concebido como la base de la numeración posicional, era nada más ni nada menos que la clave del sentido de la existencia. Una frase impresionante, sin duda.

Aunque si de metafísica se trataba Spengler hubiera estado mejor de haberle atribuido el cero a los semitas, que precisamente pensaban la creación del mundo desde la nada. Pero los indios pertenecían a la noble raza aria, y eran los años 20 en Alemania. Sin embargo, la idea tenía su atractivo, y varias generaciones de estudiantes de filosofía creímos en ella. Lamentablemente, no era cierta. Por lo que hoy sabemos, el cero nació entre los sumerios, simplemente para resolver dificultades de cálculo. Luego se apropiaron de él los griegos de Alejandro Magno, de paso por Babilonia. Los griegos lo llevaron a la India. De allí lo tomaron los árabes, que se lo transmitieron a los mercaderes italianos, y éstos lo difundieron en toda Europa. Pero su origen no fue filosófico; nació de necesidades prácticas, aunque luego no dejaría de cargarse de filosofía. Así lo cuenta Robert Kaplan en el libro The Nothing that Is, publicado por Oxford en 1999. Un libro que a algunos les resultará más apasionante que cualquier best seller.

La importancia del cero, como sabemos hasta los ignorantes en matemática, está unida al valor posicional de los números: con muy pocos signos se puede representar prácticamente cualquier cifra. Desde que existe el cero no es necesario dibujar un signo distinto para las centenas, los millares o los millones, y desde que existe la notación exponencial (las famosas potencias de diez) ni siquiera hay que escribir los ceros. Obviamente, antes del cero no había números negativos; ni siquiera decimales. Descubrirlo costó bastante esfuerzo, pero como la mente humana funciona de manera similar en todas partes, fueron varias las culturas que se asomaron al cero incluso de manera independiente, como ocurrió con los mayas.

Los mayas estaban poseídos por la manía de contar y obsesionados con el tiempo. En su corta historia, que Spengler ni siquiera reconocía, también descubrieron el cero. El hecho es que los mayas contaban no con dos sistemas numéricos sino con seis o siete calendarios distintos. Creían que el mundo había comenzado el 13 de agosto de 3114 a C. de nuestro calendario. Una apreciación menos audaz que la del obispo Ussher, quien estableció en pleno siglo XVII que el comienzo ocurrió el 22 de octubre del 4004 a.C. a las seis de la tarde.

El calendario cósmico de los mayas arrancaba de aquella fecha. Pero también tenían un calendario civil con 360 días y 5 fechas «fantasmas» y un tercer calendario con un año de 260 días. El cuarto era el ciclo diabólico de los Señores de la Noche. Para otras cosas se usaba un calendario lunar, otro con el ciclo sinódico de Venus y hasta uno de Mercurio.

El problema venía con los cruces: cinco años del calendario de Venus eran 8 del civil, y 405 lunaciones eran 46 años del calendario Tzolkin. El peligro era que en cualquiera de esas intersecciones de calendarios se podía acabar el tiempo, de manera que había que exorcizarlas.

Aquí es donde aparece el cero. Los Señores de la Noche eran acaudillados por la Muerte, llamada Cero. Todos los años se organizaba una pelea a muerte entre dos campeones, uno de los cuales hacía de Cero. El Cero siempre tenía que perder. Si no lo hacía lo tiraban por una escalinata, y el mundo seguía andando. En las cronologías, los números se representaban de una manera bastante abstracta, como barras y puntos. Pero el cero era una figura: una caracola, algo como una pelota de rugby; un rostro preocupado que se acariciaba el mentón; un hombre tatuado con la cabeza echada hacia atrás. Pensándolo bien, uno entiende por qué la civilización maya se extinguió.

PABLO CAPANNA
De un artículo aparecido en Página/12