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522 • SUPERSTICIONES

 

Lunes, 2 de junio de 2003

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Evitar un gato negro, esquivar una escalera abierta o no derramar la sal son algunas de las supersticiones más conocidas, pero hay otras muchas que afectan, incluso, a colectivos mucho más amplios. Se trata de ancestrales creencias que difícilmente puedan ser desterradas del inconsciente colectivo. Por ello, profundizando en su origen y justificación tal vez podamos aprender algo más sobre nosotros mismos.

El escultor Ponciano Ponzano sentía aprehensión por la escultura de animales. Creía que reproducirlos en el mármol traía alguna desgracia. No obstante, aceptó el encargo de esculpir los leones de la fachada del Congreso de los Diputados de Madrid con el bronce fundido de los cañones tomados a los moros en la guerra de África del año 1860. No pudo terminar su obra. Falleció el 15 de septiembre de 1877 y los supersticiosos se apuntaron así un tanto.

El sentido etimológico de superstición viene de super, sobre, y statuens, establecer: "Excederse en la medida de una cosa". Los diccionarios de todo el mundo consideran a la superstición como una "creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón". Y hasta se la atribuye otra acepción mucho más peyorativa: "Creencia ridícula y llevada al fanatismo sobre materias religiosas".

Es conocido el binomio superstición-ignorancia. El político irlandés Edmund Burke lo resumió en una frase lapidaria: "La superstición es la religión de los espíritus débiles", y el racionalista Voltaire, en su Diccionario filosófico, expresó: "Siempre esperaré que sea más justo el que crea en Dios que el que no crea; pero también esperaré más disgustos y persecuciones de los que sean supersticiosos".

Sin embargo, grandes personajes de la cultura fueron unos supersticiosos de tomo y lomo. El escritor Somerset Maugham tenía el símbolo del mal de ojo grabado en la repisa de la chimenea y lo hizo imprimir en sus papeles y libros. Samuel Pepys creía que la pata de conejo era un buen remedio a sus accesos de cólico. El pintor Cornelius Van der Ville tenía las patas de su cama metidas en platos llenos de sal para que le guardaran de los espíritus del mal. Y Pascal llevaba cosidas en el forro de sus trajes inscripciones místicas que creía eficaces contra la duda y la desesperación.

Para los etnógrafos la superstición es una mina a la hora de encontrar antiguos ritos y tradiciones, en parte pre cristianas, siendo un elemento mal interpretado en el mundo de la fe.

Un buen ejemplo lo tenemos en los presagios de los espejos rotos. Romper uno de ellos, dicen, es causa de siete años de mala suerte. El origen es muy simple. Los espejos siempre han sido instrumentos de adivinación y, por consiguiente, romperlos equivale a destruir un medio de conocer la voluntad de los dioses.

Casi nadie está dispuesto a admitir públicamente que es supersticioso, pero en la intimidad y en nuestro fuero interno caemos en algunas de esas prácticas. Si se derrama sal en la mesa, recogemos un poco de la misma arrojándola por encima del hombro izquierdo; si en nuestro camino se interpone una escalera abierta, la bordeamos

Desde las culturas más primitivas se conoce el empleo de la sal para la conservación de los alimentos y para evitar la corrupción de los cadáveres al embalsamarlos. Es decir, se le otorgaba un misterioso poder purificador. Por tanto, resulta lógico que el derramar sal constituyera un indicio de mala suerte. Se llegaba a echar sal en la puerta de una casa para conjurarla de los malos espíritus. Para esta superstición también hay que buscar algunos de sus posibles orígenes en hechos bíblicos. Se dice que el pelirrojo vertió el salero sobre la mesa en la Última Cena, percance y maleficio que reflejó en su cuadro homónimo. Para contrarrestar estos malos augurios (más bien sugestión) se acostumbra a echar una pizca de sal derramada sobre el hombro izquierdo tres veces, ya que según la tradición este hombro es elegido para apaciguar al diablo.

El negarse a pasar por debajo de una escalera obedece a una vieja creencia de la humanidad: la del triángulo sagrado, símbolo matemático constituido en este caso por el suelo, la escalera y el muro contra el que se apoya, identificado con la Santísima Trinidad por el cristianismo. Triángulo que no se podía romper so pena de sacrilegio.

La superstición que impide que dos o tres fumadores enciendan sus cigarrillos con una misma cerilla tiene su origen en la Guerra del Transvall (1899-1902), donde los bóers eran tan buenos tiradores que los ingleses en facción sobre la línea de fuego no tenían tiempo para encender tres cigarrillos con la misma cerilla sin que el centinela enemigo apuntase y matase al último a quien se daba lumbre.

Con respecto a "tocar madera" Roberto Keller, en su obra La Quincena (1952), asegura que cuando tras una frase demasiado optimista tocamos madera aludimos a la religión de los parsis (surgida más de mil años antes de Cristo), según la cual las vetas de la madera estarían habitadas por el genio del Fuego y de la Vitalidad. Otro posible origen se refiere al Lignum Crucis, es decir, a los trozos supuestamente auténticos que se han conservado de la cruz en la que murió Cristo. Tocar una de estas reliquias era síntoma de buena suerte.

¿Y qué decir de la fascinación que han sentido muchas culturas por el gato? En algunas le han convertido en una deidad (como en Egipto, representado por la diosa) o en uno de los animales a evitar, como durante la Edad Media en Europa, al asociarse a las brujas y los akelarres. Para los egipcios, su muerte era motivo de duelo familiar. Pero el gato negro no siempre es sinónimo de mala suerte: Napoleón padecía de ailurofobia, es decir, temía más a un gato que a un ejercito, pero Winston Churchill acariciaba a los gatos negros para atraerse la buena suerte.

Colaboración JESÚS CALLEJO