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417 • LA IMPORTANCIA DEL SEGUNDO

Jueves, 23 de Enero de 2003

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El primero de los vicepresidentes que usaron el traje de primer mandatario fue Carlos Pellegrini, quien reemplazó al cordobés Miguel Juárez Celman en 1890 en medio de una crisis formidable y gobemó 26 meses hasta renunciar. También renunciaría a la presidencia el sucesor de Pellegrini: Luis Sáenz Peña, quien fue reemplazado por su vicepresidente, José Evaristo Uriburu en 1895, cuando el dúo se encontraba en la mitad de su mandato de seis años. La revolución radical había conseguido derrocar a los gobiernos de Buenos Aires, Santa Fe y San Luis y, aunque Sáenz Peña la reprimió, los coletazos de la crisis lo debilitaron. En enero de 1895, después de que el Congreso amnistió a los rebeldes de 1893, renunció con amargura:
- Anhelo recuperar mi pasada tranquilidad, seguro de que seré más respetado como ciudadano de lo que he sido desde que fuí investido con la autoridad suprema de la Nación.

Luis Sáenz Peña murió en 1907 y su hijo Roque llegó a ser presidente de la República entre 1910-1914. Pero Sáenz Peña hijo, el mentor del voto secreto y obligatorio, también delegaría el mando en su vicepresidente Victorino de la Plaza, por enfermedad. Murió en 1914 y le dejó a De la Plaza el manejo de la crisis económica producida por la Primera Guerra Mundial. No obstante, entre ambos Sáenz Peña hubo antes otro traspaso imprevisto del poder. Fue en 1906, cuando murió el presidente Manuel Quintana (que gobemaba desde 1904 en plena agitación anarquista) y asumió el vicepresidente José Figueroa Alcorta. A Quintana le había tocado reprimir la revuelta de la Unión Cívica Radical de 1905, encabezada por Hipólito Ynigoyen, y a Figueroa Alcorta le tocó recomponer las cosas.

En 1937 accede al poder la fórmula Roberto Ortiz - Ramón S. Castillo en comicios fraudulentos propios de la época. Una vez en el poder, Ortiz, un radical antipersonalista, consideró que la etapa del fraude merecía concluir, pero las fuerzas conservadoras decidieron concluir con él. No hizo falta mucho esfuerzo para sacar del medio al presidente que pretendía un viraje moralizador. En 1940, maltratado por la diabetes, Ortiz se empezó a quedar ciego. Pocos días después de que Hitler entrara en París, Castillo (señalado como pro nazi) asumió la presidencia en forma "interina". Así durante dos años Ortiz fue presidente sin ejercer el cargo y protagonizó una lucha desigual con el vice que ocupaba su sillón. Le aceptaron el retiro en junio del 42, un mes antes de su muerte. Castillo, el vice prematuramente instalado en el poder, terminó derrocado al año siguiente, justo cuando armaba una sucesión fraudulenta para favorecer al conservador Robustiano Patrón Costas.

Quijano vicepresidente de Perón, fue el único vicepresidente reelecto, pero no fue el único que murió en funciones. El cólera terminó con la vida de Marcos Paz cuando estaba a cargo de la presidencia, mientras Bartolomé Mitre, el titular, dirigía a los ejércitos que luchaban en Paraguay, ese bache dio origen a la primera ley de Acefalía. Ya en el siglo XX, Yrigoyen no tuvo demasiada suerte con sus vices: durante su primera presidencia murió Pelagio Luna y, antes de que comenzara la segunda, murió el vice Francisco Beiró. El momento fue institucionalmente inoportuno: después de las elecciones y antes de la Asamblea Legislativa consagratoria. Eso obligó a los colegios electorales a reunirse de nuevo y votar a Enrique Martínez, gobernador de Córdoba, que de ese modo llegó a vicepresidente sin ser elegido. Perón, en cambio, prefirió que el pueblo decidiera quién reemplazaría a Quijano. Así, en 1954, convocó a las únicas elecciones vicepresidenciales de la histona. El candidato peronista, almirante Alberto Teisaire, ganó con el 62,5% de los votos frente al radical Crísólogo Larralde. La contundente consagración del almirante no se atribuyó tanto a su carisma endeble como a la lealtad que en público le profesaba a Perón. Pero Tesaire no tardó en demostrar que su lealtad podía ser tan acérrima como volátil: apenas triunfó la Revolución Libertadora y huyó Perón, el almirante culpó de "todos los males del país" al presidente depuesto.

En cuanto a las renuncias de vicepresidentes que vendrían años después, ni Frondizi, ni Menem, ni De la Rúa, consideraron necesario cubrir las vacantes dejadas por Alejandro Gómez, Eduardo Duhalde y Carlos Alvarez, cuyos respectivos alejamientos del "segundo puesto" obedecieron a razones muy distintas. La dimisión de Gómez en 1958, apenas ocho meses después de instalado el gobierno, cuando Frondizi acusó a su vicepresidente de participar de un complot con militares, algo que cabía con particular comodidad en un contexto de "planteos" golpistas rutinarios. Cuatro años después, los militares que efectivamente voltearon a Frondizi sentaron en el Sillón de Rivadavia a José María Guido, presidente provisional del Senado y vicepresidente de hecho tras la renuncia de Gómez.

En cuanto a las renuncia de Duhalde el 5 de diciembre de 1991 se debió a su decisión de cambiar de función, frente a su dimisión, el radicalismo reclamó que se celebraran elecciones para reemplazarlo, pero como la Constitución de 1853, entonces vigente, no ordenaba ni prohibía en forma explícita el reemplazo de un vicepresidente, el oficialismo rechazó el planteo sin discusión. El asunto tampoco recibió correcciones en la reforma de 1994, nunca se aclaró el hueco institucional que la salida de Duhalde puso en evidencia. Durante casi cuatro años el número dos fue el senador Eduardo Menem, presidente provisional del Senado durante casi nueve temporadas.

Tras la renuncia de Carlos Alvarez, el presidente De la Rúa siguió gobernando sin vicepresidente, igual que Pellegrini, Uniburu, Figueroa Alcorta, Victorno de la Plaza, Ynigoyen, Castillo, Isabel Martínez de Perón y Menem en su primer mandato, los tres presidentes militares de la "Revolución Argentina" y los cuatro del autodenominado "Proceso".

De un artículo en revista Viva