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373 • PADRES HUÉRFANOS

 

Martes, 3 de diciembre de 2002

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Hay un periodo en el que los padres quedamos huérfanos de nuestros hijos; es que ellos crecen independientemente de nosotros, como árboles murmurantes y pájaros imprudentes. Crecen sin pedir permiso a la vida, con una estridencia alegre y, a veces, con alardeada arrogancia.  Pero no crecen todos los días, crecen de repente. Un día se te sientan cerca y con increíble naturalidad te dicen cualquier cosa que indica que esa criatura, hasta ayer en pañales y pasitos temblorosos e inseguros, creció. ¿Cuando creció que no lo percibiste? ¿Dónde quedaron las fiestas infantiles, los juegos en la arena, los cumpleaños con payasos? Crecieron en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil.
Ahora estás ahí, en la puerta de la discoteca, esperando ansioso, no solo que no crezca sino que aparezca...

Allí están muchos padres al volante, esperando que salgan zumbando sobre patines, con sus pelos largos y sueltos.
Y allí están nuestros hijos, entre hamburguesas y gaseosas; en las esquinas, con el uniforme de su generación, y para nosotros con sus incómodas mochilas a la espalda.
Y aquí estamos nosotros con el pelo cano... Y son nuestros hijos... a los que amamos a pesar de los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y las dictaduras de las horas.
Ellos crecieron observando y aprendiendo con nuestros errores y nuestros aciertos, principalmente con los errores que esperamos que no repitan.
Hay un periodo en que los padres vamos quedando huérfanos de hijos... Ya no los buscamos en las puertas de las discotecas y los cines. Pasó el tiempo del piano, del fútbol, del ballet, de la natación.
Salieron del asiento de atrás y pasaron al volante de sus propias vidas. Algunos deberíamos haber ido mas junto a su cama, en la noche, para oír su alma respirando conversaciones y confidencias entre las sábanas de la niñez. Y cuando fueron adolescentes, a los cubrecamas de aquellas piezas cubiertas de calcomanías, pósters, agendas coloridas y discos ensordecedores. Pero crecieron sin que agotáramos con ellos todo nuestro afecto. Al principio nos acompañaban al campo, a la playa, a la piscina y a reuniones de conocidos. Navidad y Pascua compartidas. Y había peleas en el auto por la ventanilla, los globitos de chicles y la música de moda. 
Después llegó el tiempo en que viajar con los padres se transformó en esfuerzo y sufrimiento: no podían dejar a sus amigos y a sus primeros amores.
Y quedamos los padres exiliados de los hijos. También la soledad que siempre habíamos deseado... Y nos llegó el momento en que solo miramos de lejos, en silencio, y esperamos que elijan bien en la búsqueda de la felicidad y conquisten el mundo del modo menos complejo posible.
El secreto es esperar...  En cualquier momento nos darán nietos. El nieto es la hora del cariño ocioso y la picardía no ejercida en los propios hijos; por eso los abuelos son tan desmesurados y distribuyen tan incontrolablemente su cariño. Los nietos son la última oportunidad de reeditar nuestros afectos.
Por eso es necesario hacer algunas cosas adicionales antes de que nuestros hijos crezcan. Así es: las personas solo aprendemos a ser hijos después de ser padres y solo aprendemos a ser padres después de ser abuelos...  En fin, pareciera que solo aprendemos a vivir después de que la vida se nos pasó.

DP
Colaboración Cayo Mecenas