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1222 • LA VIE EN ROSE

 

Lunes, 21 de noviembre de 2005

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Recuerdo ahora a Amet. Era un francés hijo de inmigrantes argelinos, con quien nos hicimos amigos en París el verano de 1985, pues él atendía la verdulería de la vuelta del departamento en el que yo vivía. Creo que la atendía doce horas por día, pues quería forjarse un futuro.

Le gustaba Albert Camus. Siempre había un libro suyo sobre el mostrador, y Edith Piaf, cuyos discos siempre sonaban de fondo en la verdulería, pues él sostenía que su voz hacía bien a las frutas y a las verduras.

Una tarde lo encontré algo desorientado y entonces me contó lo que le había ocurrido. Había recibido una carta del gobierno francés en la que le ofrecían pagarle una indemnización para que se volviera a su país, Argelia. De allí su confusión: hasta ese día él había pensado que su país era Francia. No conocía Argelia: jamás había estado en ese lugar. Había nacido en Francia y siempre había creído que era francés. Era evidente que el Estado no pensaba lo mismo, que consideraba que un hijo de inmigrantes argelinos no era francés.

Antes, muchos años antes, los antepasados de Amet habían visto cómo su país, Argelia, quedaba en manos de los franceses, sobre todo cómo las riquezas de su país quedaban en manos de este país europeo. Luego habían visto en esa tierra la sublevación, los enfrentamientos, la represión, la guerra, la votación en favor o en contra de la independencia y, finalmente, la independencia de Argelia, aunque no la paz.

Sus padres, ya tan franceses como argelinos, fueron, un tiempo después, impulsados a venir a Francia, pues ésta necesitaba de su mano de obra barata para la construcción de viviendas en barrios nuevos para sus compatriotas franceses. Por eso es que se habían instalado en el país: para construir lo que se necesitaba construir, y en dicho suelo habían traído al mundo y criado a su hijo. Si bien en calles periféricas, en calles francesas, al fin y al cabo.

Pienso ahora en Amet. Lo imagino profundamente amargado viendo por televisión a sus compatriotas franceses hijos de inmigrantes prendiendo fuego los autos de sus vecinos, los autos y colectivos de sus compatriotas, o escuchando por radio las declaraciones del ministro del Interior, también hijo de inmigrantes, húngaros en su caso, que habla de pasar la aspiradora Karcher para dejar libre de suciedad los barrios conflictivos, de expulsiones, de franceses más franceses que otros, de lacras, de basuras, de desechos de la sociedad, y otras cosas que ya Amet no puede seguir escuchando por el ruido de las sirenas de los bomberos, que intentan apagar el fuego provocado por sus compatriotas franceses contra los autos de sus propios vecinos.

Vuelvo entonces a recordarlo en su verdulería, trabajando doce horas para hacerse un futuro, mientras suena de fondo La vie en rose y espera cerrado el libro de Camus, con sus ideas en contra de la violencia y en favor de la igualdad.

MEX URTIZBEREA
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