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1177 • EL DISCURSO POLÍTICO

 

Lunes, 19 de septiembre de 2005

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Esta semana, en Italia, asistí a un encuentro cultural organizado por el gobierno regional de los Abbruzzos. En un marco bellísimo, entre el nevado Gran Sasso y el Mar Adriático, el diálogo tuvo un desarrollo normal hasta que un profesor de Historia de una universidad de la región, con lenguaje flamígero, denunció al imperialismo yanqui y sus intenciones de asesinar a Hugo Chávez.

Acto seguido, tomó la palabra un músico chileno que historió el golpe de 1973 y tras denostar a la CIA y al imperialismo por la pertinaz protección a Pinochet, se cargó a toda la Concertación chilena, acusando a Aylwin, Frei y Lagos de "no ser socialistas marxistas sino socialdemócratas" y por lo tanto entregados vilmente a los oscuros designios de Bush.

Ambos fueron aplaudidos por medio auditorio, mientras la otra mitad se silenciaba. Entonces, un profesor de Economía elogió las políticas globalizadoras y la alianza de Europa con los Estados Unidos; hizo una cerrada defensa de las clases medias venezolanas que luchan contra "ese dictador aprendiz de Fidel Castro" y englobó a ambos más Lula y Kirchner en una especie de nuevo "eje del mal" latinoamericano que somete a los pueblos y aniquila la libertad.

Aunque a los gritos y con acusaciones cruzadas de "fascistas" y "comunistas", el escandalete no pasó a mayores porque a un costado se había preparado una fabulosa porchetta (chancho asado a las brasas) rociada con botellas de Montepulciano d'Abbruzzo, un tinto local sencillamente espectacular.

Mi moderada actuación en dicha mesa pasó, por fortuna, más bien desapercibida, pero me forzó a evocar estilos de discurso que, con igual infantilismo, siguen vigentes en la Argentina. Como si 22 años de democracia, tolerancia y respeto a los diferentes aún no hubiesen hecho pie en el plano del pensamiento, ese terreno que no debe definirse por el grito sino por la profundidad conceptual.

Entre nosotros hay una izquierda y una derecha que, de manera enfermiza, no sólo no abandonan las viejas consignas sino que no logran superar el estilo idiota del grito y el panfleto que solamente busca el aplauso de los que ya están convencidos. Esta forma infantil de amalgamar a los que ya comparten las consignas deja de lado lo mejor que debe tener todo discurso político: persuadir a los que dudan, convencer a los contrarios, sumar adeptos al ideario que se propone.

Entre nosotros sucede cuando la izquierda latinoamericana reclama apoyos a la revolución cubana, por ejemplo. O cuando la derecha se pinta la cara y la demoniza de las maneras más burdas. Entonces, el apoyo o la condena deben ser absolutos, incondicionales.

Es una vieja manía latinoamericana que me sorprendió encontrar, en estado puro, en la Europa actual. Cierto que Italia es siempre un hervidero de debates ideológicos, pero me asombró este comportamiento antiguo y plagado de lugares comunes en académicos de larga currícula.

Cuando los discursos carecen de matices, no se miden tonos ni consecuencias. No interesa esclarecer, sumar, hacer docencia. La compulsión al maximalismo, al todo o nada, a "con nosotros o contra nosotros" iguala, en eso, a la ultraizquierda argentina actual con el Sr. Bush a la hora de incendiar el mundo. Lo cual sólo favorece a la derecha vernácula, que a cada rato saca a relucir su bestiario para repetir consignas de estúpido nacionalismo y aparente "pacificación" que en realidad sólo tienden a la desmemoria y a restaurar viejos autoritarismos.

Es ejemplar el caso de Telesur, que nació con la saludable propuesta de ser una televisión alternativa capaz de ofrecer una visión noticiosa latinoamericana, pero hasta ahora no pasa de ser un repertorio de obviedades. Pareciera que quienes manejan ese medio ignoran que no es propaganda lo que deben hacer, sino información. O quizá nadie les ha dicho que Hugo Chávez dando discursos de ironía elemental contra el remanido "imperialismo yanqui" no es televisión alternativa sino propaganda que convence sólo a los ya convencidos.

El peor discurso político se repite en la Argentina de estos días. Mientras se revela la identidad de una monja francesa víctima de la Dictadura, y algunos discuten cómo cantar la Marcha Peronista, la derecha golpista se hace un festival distorsionando la tragedia que nos hicieron vivir cuando fueron gobierno (o sea, los últimos 40 años casi sin excepción).

En ese perverso servicio están Mariano Grondona, la prédica feroz de Radio 10, la lamentable mesa de café del Sr. Sofovich y sus amigotes, algunos artículos de ambigua prosa que aparecen todos los días en los grandes diarios y la constante presencia mediática del Comisario Patti a quien sin embargo nadie le pregunta sobre picanas y torturas.

El discurso político debiera ser, ante todo, una suma de propuestas e ideas que incitaran a un debate para la libertad. El buen discurso político debe estimular el cuestionamiento. Debe esclarecer en vez de ocultar. Debe convencer en lugar de amalgamar. Debe proponer en vez de imponer.

MEMPO GIARDINELLI
Revista Debate Nª 129 (2-9-05)