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3 • UN ÁRABE Y UNA CUCARACHA

 

Miércoles, 22 de agosto de 2001

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Hace más de cien años, un árabe llamado Abdul andaba por un desierto al que conocía como la palma de su mano. Bajo el ardiente sol vio algo moverse lentamente sobre la arena. Detuvo su camello y se bajó a ver qué era lo que llamaba su atención. Descubrió que sólo se trataba de una cucaracha que intentaba desesperadamente llegar hasta la sombra de una piedra para protegerse del infernal calor. "Tanta molestia me he tomado por una mísera cucaracha", pensó. Su primera intención fue pisarla y seguir su camino, pero cuando dirigía su pie hacia la cucaracha, un pensamiento cruzó por su mente: "Si Alá quiso que yo advirtiera en este inmenso desierto a este insignificante y miserable ser, será alguna señal que hoy no puedo entender".

Entonces, en lugar de aplastar la cucaracha, se agachó, extrajo  su cimitarra, y con la filosa hoja la levantó suavemente y la colocó a la sombra de la piedra que la cucaracha pugnaba por alcanzar. La cucaracha, lejos de entender que había pasado, corrió asustada y se escondió bajo la piedra. El beduino guardó su arma, miró hacia el ardiente sol, subió a su camello y se marchó. La cucaracha permaneció escondida varias horas. Todavía sentía miedo de esa monstruosa aparición que había, según su primitivo pensamiento, tratado de matarla. Cuando el sol estaba cerca del horizonte, muy lentamente comenzó a salir de debajo de la piedra. Miraba muy atentamente a su alrededor, buscando  a esa figura enorme que la había asustado tanto. Tan atenta estaba buscando en el horizonte al beduino, que ni siquiera se dio cuenta cuando la iguana que estaba sobre la piedra se abalanzó sobre ella y se la comió.

La iguana se sintió contenta de haber comido algo aunque fuera muy pequeño en ese día. En el desierto escaseaba el alimento, y todo lo que se encontraba para comer era bienvenido. Se recostó sobre la piedra para hacer la digestión, más por costumbre que por necesidad. Lentamente cerró sus ojos y entró en un letargo placentero. Así estaba cuando las garras de un halcón se clavaron en su cuerpo, y mientras trataba de escapar de su captor, veía como el suelo se alejaba debajo de ella. Poco a poco fue perdiendo la conciencia. El halcón completó su carnívoro ritual, y batiendo las alas en forma triunfal saboreó hasta el último bocado de su presa. Luego, levantó vuelo en busca de otra nueva victima.

Recostado en una palmera, Abdul pensó que había sido muy afortunado en hallar el oasis, pero que si no encontraba algo para comer, no tendría fuerzas suficientes para cruzar el ultimo tramo del desierto que lo separaba de su pueblo. Le pidió a Alá que lo ayudara a llegar a su casa, donde sus padres lo esperaban ansiosos. Además, su prometida lo aguardaba esperando para formar un hogar. Estaba en medio de su ruego cuando la figura de un ave pasó lentamente sobre él volando en círculos. Tomó su arma, apuntó y disparó. El halcón no llegó a entender qué era ese lacerante dolor en su pecho. Sólo se dio cuenta que algo había pasado luego del estruendo y que caía irremediablemente. Abdul recogió su presa, hizo un fuego y la cocinó. Comió todo lo que pudo, y al anochecer emprendió la aventura de tratar de llegar a su pueblo.

Luego de dos días interminables llegó a su casa. Saludó a sus padres y salió corriendo al encuentro de su amada. La abrazó como se abrazan aquellos que han corrido el peligro de no verse más. Se amaron en la oscuridad y desde entonces nunca más se separaron hasta el fin de sus días. En el medio, tuvieron tres hijos varones y dos hermosas mujeres, que les llenaron la vejez con travesuras de los nietos. Esta historia tiene un final feliz. Si esperabas otra cosa es porque las costumbres modernas hacen que las buenas noticias no sean noticia, y que las historias felices pasen desapercibidas.

PD: La descendencia de Abdul fue muy prolífica y exitosa. Tanto que un tataranieto suyo, llamado Carlos Saúl, llegó a ser presidente de un lejano país al sur del continente americano.
MORALEJA: Si ves una cucaracha... PíSALA


Cuentos para niños BAMBU
Colaboración Edgardo Demitrio